Punta Gallinas, un destino retador para los aventureros
Por: José Bayona
Viajar crea recuerdos imborrables, memorables y únicos, pero hacerlo por carretera es aún mejor, permitiéndonos apreciar los paisajes de Colombia y disfrutar de los cambios de clima, de la amplia oferta gastronómica y de la gente.
Un viaje que quiero compartir es el que hice en motocicleta desde Bogotá hasta Punta Gallinas (La Guajira), una zona conocida por ser el punto más al norte de Colombia y de América del Sur, y un reto para los viajeros, sobre todo para los que aman las aventuras.
Cerca de 1.000 km por la Ruta del Sol, un corredor que conecta a la capital del país con el Caribe Colombiano. La carretera está en buen estado, aunque en el andar se puede encontrar uno que otro hueco. Todo el trayecto es verde, hay ganadería, agricultura e incluso vegetación nativa. En el viaje se pasa por el río Badillo, Fonseca, San Juan del César, Barrancas… todos cuna de juglares e inspiración vallenata.
Después de rodar por carreteras destapadas, pero de buen afirmado, llegamos a la primera escala: las Salinas de Manaure, famosas por la explotación de sal marina. Allí se ven enormes ‘‘piscinas’’ en donde el agua salada se va evaporando lentamente para dejar decantada la sal que se utiliza para procesos industriales. La siguiente parada fue Uribia, la capital indígena de Colombia; allí hicimos un mercado para dejar alimentos en las rancherías y en los “retenes” de los lugareños.
Luego, transitamos por carreteras en el desierto hasta llegar al Cabo de la Vela. En este lugar hay lindas playas con aguas calmadas, azules y calientes. Hay escuelas de Kitesurf, hoteles de todos los tipos y costos, y restaurantes que ofrecen comida deliciosa: hay róbalo, mero, sierra, mojarra, langosta, etc.
El trayecto del Cabo de la Vela a Punta Gallinas es de unos 130 km, que resulta ser el más desafiante al pasar por desiertos totalmente arenosos, hay un calor abrasador. Se aprende a “surfear” en la arena con la moto, pues hay que ir a la velocidad precisa: ni tan lento para evitar que se entierre la llanta trasera ni tan rápido para no perder el control. Perderse es muy fácil: no hay senderos ni se ven huellas de vehículos.
Al final del camino, previo a pasar la “trampa de arena”, un pequeño tramo de unos 120 metros de arena pura, llegué al objetivo: Punta Gallinas. En este lugar se aprecia un mar azul intenso, oleaje fuerte, viento y un viejo faro, iluminado con un panel solar que aún funciona y sirve de referencia a los marinos del mundo que pasan por esas aguas. Es un sitio místico, misterioso, alucinante, mágico.
Para mí fue un placer llegar a un destino al cual pocos llegan, el haber superado todas las dificultades. Cabe destacar que conté con guías guajiros, fundamentales para saber por dónde pasar, qué pasos evitar, dónde parar, etc. El regreso fue muy similar, igual de bello y desafiante. Viajar por Colombia es único, por algo se conoce como el país de la belleza.